En esta carrera contra lo natural, la cirugía y los tratamientos estéticos se presenta como una herramienta instantánea para recuperar o alcanzar una apariencia ideal/irreal, como si fuera posible photoshopear la realidad mediante intervenciones quirúrgicas.  

A medida que naturalizamos lo artificial y nos sometemos a estos procedimientos invasivos, corremos el riesgo de ignorar las advertencias de nuestro propio cuerpo. 

¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar por la imagen irreal? ¿Qué consecuencias enfrentamos cuando nuestra salud se ve comprometida en este camino hacia la perfección superficial?

Desde el momento que salimos al mundo,                               

los astros cuentan cómo vamos a ser.

Virtudes y actitudes

trazan el mapa de nuestra vida. 

Encandilados por el sol,

restándole importancia a la luna,

ignorando al ascendente.

Moldeados por la superficialidad,

pensamos que una generalidad es la realidad. 

La etiqueta de la edad castiga a la mujer y no hay forma de salvarse. Condenamos aquello en lo que nos vamos a convertir, ignorando lo inevitable. Lo único que importa es ser joven y dejamos de lado todo lo que no entra en este concepto. ¿Queremos seguir viviendo en un mundo así? ¿Por qué dejarse empequeñecer, si envejecer es un alivio? ¿Qué tan real es la frase "sos vieja para eso"? ¿Queremos dejar de pelear con el tiempo? ¿Desafiar el mito de la eterna juventud? ¿Y si todas las ataduras que tenemos en nuestra cabeza son solo ilusiones?

Lo tradicional es el tiempo, la materia, el movimiento, que han existido desde siempre. Las imágenes analógicas guardadas en un estante, que podemos tocar y oler, nos transportan a recuerdos pasados. Memoria depresiva del ayer: vivíamos en una realidad.

Lo moderno dura un instante, son fotos infinitas, representaciones superficiales de nuestras vidas perdidas en las nubes, nos producen sensaciones etéreas. Descuidadas, instantáneas, automáticas, son una continuidad de nuestras extremidades. Las redes sociales nos forjan a mostrar una versión cuidadosamente curada y filtrada de nosotros mismos, una imagen idealizada de lo que queremos ser. Tenemos un chip en la cabeza: vivimos en una mentira. 

¿Y si un día los álbumes y las galerías se desvanecieran? 

Somos el manifiesto, la contestación. Asumimos la responsabilidad, nos hacemos cargo y nos sacamos la venda para poder distinguir entre lo auténtico y ficticio, entre nuestra esencia y las imposiciones externas, nos anteponemos. Proponemos un momento de pausa para analizar la situación, para asumir y recuperar el control de nuestras vidas.

Recolectamos los fragmentos de cristal que se quebraron en el intento de unirlos, con la intención de reconstruirnos, evitando que esta presión inmovilizante nos siga corrompiendo. Establenciendo una dicotomía entre materialidades, lo noble y tradicional con lo innovador y futurista.